El bullying no es un problema de dos, es un tema de todos

Una niña de once años llegó a mi consulta hace unos días con depresión profunda, creemos que a esa edad todo debe ser un cuento de hadas, y cuesta darnos cuenta que muchas veces no es así. 

¡Imagina cuantas veces me pasa!, soy psicóloga y me encuentro con el dolor de los niños, me toca de manera personal, tengo cuatro hijos, dos de ellos pequeños aún, los miro y quiero poder  tener las herramientas para que sepan atravesar todas sus experiencias sin tanto dolor. 

Y allí estaba esta pequeña, sufriendo por ser víctima de acoso escolar, por sentirse sola, por no saber qué hacer. Aislada, sin ese grupo que es parte de la vida de los niños. 

Mucha gente habla de bullying, pero creo que hay algo que se nos escapa, esto no es un problema del que agrede o del agredido. No quiero que mis hijos sean acosados, tampoco quiero que sean acosadores, pero tampoco quiero que sean parte de un grupo que mira, que aprueba o que no hace nada frente al dolor de alguien más. 

Aún como padres parecemos perdidos frente al tema: “¡Qué nadie te moleste!, ¡si te hacen algo pégales!, ¡¿por qué no le avisas a tu maestra?!”  son algunas de las frases con las que direccionamos a nuestros hijos cuando logramos enterarnos de que se siente acosado por alguien. Pero la verdad es que ninguna de estas reacciones son fáciles para ellos y mucho menos efectivas en la mayoría de los casos. 

La palabra bullying ronda la escuela y la familia como un fantasma al tememos. Desde la mirada de los profesores, parecería ligarse a la susceptibilidad de las familias y desde nuestra mirada de padres,  a la ineficiencia de las escuelas. 

“Es muy importante establecer la diferencia entre el acoso y una pelea entre niños. Muchas veces somos los adultos quienes ponemos palabras fuera de contexto”, me comentó Joana, maestra y  actualmente Directora de escuela. 

No está equivocada, su comentario está relacionado a la constante sensación de alerta en la que nos encontramos ante la posibilidad de que nuestros hijos sufran, y esta sensación puede hacernos ver algo que no es real.

Por otro lado, nunca me ayudaron cuando noté que en el curso de mi hijo se estaban dando casos de  bullying. Es más, la profesora era quien motivaba la mala relación de los niños, lo hablé hasta con la dirección del colegio y la única respuesta que recibí fue que el año estaba por acabar y que en todo caso no era mi hijo el que estaba con problemas”, me comentó Adriana, madre de familia que optó ante una respuesta como esta fue, por cambiar a su hijo de escuela. 

¿Cómo notar si realmente hay bullying? 

Debemos notar si el conflicto en la relación,  cumple los siguientes factores: 

  • Es sistemático y repetido: ocurre con frecuencia, no son eventos esporádicos
  • Hay un desbalance de poder: La persona que agrede tiene más poder que la víctima, bien sea porque tiene más amigos, es más grande, etc.
  • Hay una intención clara de agredir y lastimar.

Pero, ¡atentos! Cuando hablamos de un niño que está siendo agresivo, estamos hablando de un niño que no sabe cómo vincularse de otra manera y qué busca, de maneras equivocadas, construir pertenencia a un grupo porque no ha logrado desarrollarla. 

Todos fuimos niños, pertenecer y sentirnos aceptados es parte de qué vemos de nosotros mismos, lo fue para mí, seguramente lo fue para ti, lo es para tus hijos y para los míos, y lo es para todo niño que quiere tener amigos. 

Por eso justamente es que el bullying no es un problema de dos, es un problema de grupo.

El papel del grupo en la dinámica del bullying es muy importante. Nuestros hijos en su proceso de identificación buscan pertenecer a grupos, y ese grupo que observa, pasiva o activamente, puede ser una gran herramienta para parar una acción que muchas veces está hecha para ellos que son los espectadores. 

Como una película que se nutre de quien observa, de quien aprueba o no, sin esos observadores que le dan un lugar, la película desaparece y no es nada. 

¿Cómo hacemos que nuestros hijos no funcionen como espectadores?

Una mamá me dijo luego de vivir una situación de bullying en el grupo de su hija mayor “creo muy importante trabajar el grupo en general,  ayudándoles a generar empatía, a pensar en cómo se siente el que está siendo víctima y que no pueden ser pasivos ante una situación de agresión”.

Tiene toda la razón,  los observadores tienen la fuerza que le falta a la víctima y la empatía que le falta al victimario, por eso dentro de casa debemos enseñar a nuestros hijos que pueden ser observadores con un papel contrario a la intimidación, hay que saber defender, hay que saber buscar ayuda en los demás del grupo, en los profesores o en otros adultos.

Es desde nuestra casa desde donde parte la prevención. Desde donde les podemos enseñar que el respeto hacia los demás parte de no disfrutar de burlarnos de otro y de no ser parte de nadie que haga de la burla una manera de relación. 

Quiero eso para mis hijos, que sepan que pueden alzar la voz y no aprobar la agresión a nadie frente a sus ojos.